Y ahora sin pensarlo estoy en un cuarto con ese hombre que me miraba a lo lejos en el bar, me abrumaba con su tristeza y decadencia, está solo. Estoy frente a él y sus ojos me incitan a hacer algo de lo cual podría arrepentirme después. Pero a pesar de todo lo grisáceo, de toda la decidia y de la espera, sus ojos tienen una luz especial que me traspasa. No sé si él es para mi, no sé si soy para él. Pero hoy, sólo por hoy, somos nosotros dos. Me mira y trato de no ceder ante el temblor de mis rodillas, me mira y se me apetece poner el mundo de cabeza. No entiendo qué pasa pero algo adentro revuelve mi ser. Algo está pasando.
Sucede y no puedo dejar de mirarlo, no puedo concebir que mis manos recorren el camino de mis tormentos pasados. Me besa y lo beso, me entrego en cada aliento, su sudor sacia mi sed de amor, me aferro a su cabello como si al asirme me librara del vértigo. Y es desde aquella noche, que recordé que esta vida no es inerte.