¿Cómo se va a dormir uno?
¿Cómo recostar la cabeza en la almohada, poner la mente en blanco, cerrar los ojos y soñar?
¿Cómo lograr la paz de espíritu para saber que se puede retirar por varias horas y que el mundo no se desmoronará en tu ausencia?
¿Cómo no tener fuego en el estómago, ante la incertidumbre?
De pronto lo que piensas ya no es real, no existe, se esfumó. Por más que te talles los ojos, parpadees, te pellizques, no, ya no está. Se desvanece lentamente, no entiendes, te preguntas, reclamas. Pero nadie te escucha. Lloras, ¿por qué me lo quitan? ¿a dónde se fue? ¿cómo fue que lo perdí?
El cuento de nunca acabar. A veces estar dispuesto a todo tiene sus contras: abrumas, estorbas, confundes. Y aún teniendo tu vida en sus manos decide ponerle pausa a todo, no sabe, quiere estar seguro. ¿Seguro de qué? Después de tanto, replantearse las cosas es una falta de respeto, no hay más. No es el odio el enemigo del amor, es la duda.
Y es cuando quisieras dudar también, tener la decisión en tus manos porque de cualquier forma ganas. Pero no, toca sentar y esperar, o retirarse a la fuerza, pero saber que existe la posibilidad de perderlo todo.
Es un limbo, falta media para las tres de la mañana, y los pensamientos te acechan, te persiguen y no te dejan. Se burlan, te juzgan, te cuestionan, y de pronto... te hacen dudar también.
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