Cómo me gustaría que fueras menos culto, que no te gustara el arte y te apasionara tanto el cine como a mí. Que fueras un orate y que escribieras como chamaquito puberto. Que no te clavaras tanto en los libros, que no me hubieras recomendado unos tan buenos. Porque cada hoja que cambio entiendo más de lo que hablas, de lo que te empapas a diario, de lo que te fascina que comienza a fascinarme a mí también. Que no te prendieras con la poesía de El lado obscuro del corazón y que no salieran poemas de Benedetti. Que tuvieras pésima ortografía...
Que en ese toquín no bebieras como idiota conmigo, te rieras de mis chistes, me intensearas sobre la estructura gubernamental de México y así como así después nos manoséaramos discretamente mientras nos movíamos al ritmo de reggae.
Que no fueras el justo medio entre la cordura y mi locura.
Que a todo me dijeras que sí, que me dieras la razón y alabaras cualquier cosa que dijera como si no tuvieses juicio crítico.
Que no te gustaran tanto los boleros como a mí, y que no hicieras esa voz de Joaquín Sabina, y menos que tocaras la guitarra con esa pasión y cadencia.
Que el timbre de tu voz fuera más chillón, como un martillazo en el cerebro y no una música armoniosa a mis oídos.
Que no fueras tan pinche diferente, que tu cara no tuviera exactamente las facciones que me atraen, que tu cabello fuera menos lacio y que tus besos aunque no los entienda no se volvieran una adicción. Quisiera en verdad que tus ojos no fueran de ese miel enigmático, que no dijeran tantas cosas sin necesidad de hablar.
Quisiera que no fueras tan perfecto para mí y que desde el primer día que te vi, no hubiera pensado que Dios te mandó para mi justo como siempre soñé.
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